viernes, 10 de agosto de 2012

10/08/2012


Trabajo nocturno

Los seres humanos están hechos para dormir por la noche, no para trabajar a esa hora. Tenemos la capacidad de permanecer despiertos y de trabajar a horas en las que otros están durmiendo, pero en general, nuestro organismo, nuestras hormonas, nuestra fina maquinaria biológica fueron hechas pensando en que la noche la dedicaríamos a dormir.

La sociedad industrial no ha respetado la preferencia de los humanos sobre el día y cada vez lo hace menos. Aunque es evidente que algunos servicios (hospitales, seguridad, algunas industrias) tienen que funcionar día y noche, la sociedad de servicios se va extendiendo a lo largo de las 24 horas hasta incluso hacer accesible a las 3 de la madrugada cosas y servicios que no son imprescindibles.

Los seres humanos podemos acostumbrarnos permanecer despiertos por la noche y como a dormir por el día. El proceso de adaptación requiere que cientos de funciones biológicas, cada una con su ritmo propio, se adapten a ello adquiriendo una perfecta sincronía. En la mayoría de las personas, este proceso lleva unas dos semanas.

Mientras permanezcamos en ese ritmo invertido todo irá bien, y podremos dormir profundamente durante el día y realizar nuestra actividad por la noche. En este sentido, existen algunas personas que por motivos personales o de trabajo prefieren vivir por la noche, y no hay nada de malo en ello en tanto consigan organizar su vida de manera consistente alrededor de este horario.

Sin embargo, no es éste el caso del trabajo a turnos. En estos trabajadores, lo normal suele ser trabajar una semana en horario nocturno, cambiar el ritmo durante el fin de semana y tratar de volver a dormir por la noche. Después, trabajar una o dos semanas en el turno de mañana o de tarde. Y, de nuevo, pasar a la noche.

En muchos centros de trabajo, por ejemplo hospitales, el personal nocturno trabaja en días alternos, de manera que tiene un día libre de cada dos. En estos casos duermen por la mañana unas cuantas horas al salir de trabajar, permanecen despiertos por la tarde, y vuelven a dormir por la noche. Al día siguiente se produce nuevamente una alteración del ritmo ya que trabajan otra vez por la noche. Recordémoslo una vez más: se suelen necesitar unas dos semanas hasta cambiar por completo el ritmo. El resultado de este trabajo a turnos es que estas personas viven en una situación permanente de desfase horario que les suele llevar a un deterioro en el estado de ánimo y a una disminución considerable del rendimiento. Se producen algunas consecuencias físicas, como una mayor incidencia de úlceras de estómago, principalmente debidas a que en aquellos momentos en los que se ingiere comida no están preparados los jugos gástricos mientras que en los momentos en los que éstos sí son segregados el estómago se encuentra vacío.

Aquellas personas con tipología de “búhos” y las que disfrutan de un sueño profundo son las que menos sufren las consecuencias del trabajo nocturno. Lógicamente, las personas que ya previamente tenían un sueño débil lo pasarán peor.

Por otro lado, también es conocido que cuanto más larga sea la permanencia en un mismo turno, menos nocivo será el trabajo nocturno para la salud, ya que dispondremos de más tiempo para adaptarnos a éste. En este sentido, un turno consistente en trabajo nocturno los días alternos sería más nocivo que la permanencia en un mismo turno durante espacios de tres semanas o más.

El sentido (=la dirección) en que se produce el cambio de turno también es otro factor a tener en cuenta. Las personas más jóvenes se adaptan con mayor facilidad a un turno que vaya en el mismo sentido de las horas de reloj: noche, mañana, tarde. Por encima de los 55 años, al tener un reloj biológico más rápido, será más fácil adaptarse a un turno contrario al sentido del reloj (noche, tarde, mañana).

Al margen de las consecuencias para la propia salud del trabajo nocturno, otro aspecto a tener en cuenta es el riesgo de accidentes asociado a esta modalidad de trabajo. El rendimiento laboral y la capacidad de atención disminuyen entre las 2 y las 7 de la mañana. Algo similar, aunque en mucho menor medida, ocurre entre las 3 y las 5 de la tarde. La probabilidad de que nos sobrevenga la fatiga a esas horas es máxima. Si además hemos dormido menos horas de las necesarias, esta probabilidad es aún mayor. Particularmente a estas horas de la noche, el riesgo de accidentes laborales y de tráfico es mayor.

Muchas personas piensan que conocen sus límites, pero no es cierto ya que se tiende a infravalorar la propia somnolencia. Si se cree que se advertirá a tiempo cuándo es hora de aparcar el coche en el arcén y dormir algunos minutos, es posible que cuando se vaya a hacer ya sea demasiado tarde.








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