Desde el nacimiento disponemos
de un ritmo sueño-vigilia, que tiene un ciclo (comienzo de la vigilia hasta el
comienzo del siguiente episodio de vigilia) cuya duración es fija. No obstante,
a lo largo de la vida la duración de este ciclo varía. Entre los primeros meses
de vida y los 14 años, la duración del ciclo sueño-vigilia dura aproximadamente
24 horas. En otras palabras, la mayoría de los niños se levantan con facilidad
a la misma hora la mayor parte de los días y se duermen a la misma hora cada
noche.
En la adolescencia, el ciclo sueño-vigilia se hace más lento. Dura así más de 24 horas, de manera que el reloj cerebral va siempre algo más lento que nuestro reloj de pared. Por este motivo, los adolescentes se resisten a dormir cuando la hora del reloj marca las 11 de la noche. Su reloj interior les notifica que no son más que las 8 de la tarde. Por la mañana tiene además dificultades para ir al colegio, ya que a las 7 de la mañana su reloj biológico puede estar marcando las 4 de la madrugada.
Durante mayor parte de la adolescencia, quizá durante diez años o más, el ciclo sueño vigilia funciona con lentitud, y puede tener una duración de 26 o 30 horas. La única manera de adaptar este ritmo de 26-30 horas al mundo externo de 24 horas es levantarse por la mañana antes de que el cuerpo esté preparado para ello, lo cual ciertamente no resulta fácil. Por ello, cuando un adolescente no se levanta por la mañana, no debemos necesariamente pensar que sea un vago, o un perezoso (que, además, puede serlo). Lo que ocurre es que su reloj biológico funciona a una velocidad menor.
Por suerte, a partir de los 20 o los 30 años de edad y durante la mayor parte de nuestra vida adulta, el reloj biológico se acelera ligeramente, de manera que durante el resto de la vida vivimos más cómodamente en este planeta que, nos guste o no, es de 24 horas. Con el tiempo, según nos hacemos mayores, el reloj se acelera más, llegando a tener una duración inferior a las 24 horas. Así, con frecuencia las personas mayores se acuestan pronto, a las 8 o 9, ya que su reloj biológico les anuncia que es medianoche. También se despiertan a las 3 o 4 de la madrugada, ya que su reloj va tan rápido que adelanta a esa hora la hora de despertarse.
Otro aspecto del reloj biológico que varía a lo largo de los años es la amplitud de los ritmos circadianos. Así, mientras un adulto joven tiene una diferencia de temperatura corporal de 2ºC entre el día y la noche, a los 75 años puede ser de solo 0.5º. Esta es la causa que hace que cuando somos más jóvenes estamos o bien completamente despiertos o completamente dormidos. Conforme nos hacemos mayores nuestro ritmo se “aplana”, es decir, reduce las diferencias entre el día y la noche.
En el día estamos despiertos pero cercanos a dormirnos, mientras que durante la noche dormimos pero con poca profundidad. No es que necesitemos dormir más o menos que cuando somos jóvenes, sino que distribuimos nuestro sueño y nuestra vigilia de una manera más uniforme a lo largo las 24 horas.
Todo es todavía más complicado, ya que de hecho existen dos sistemas de regulación del sueño: Por un lado, disponemos de un reloj circadiano que como hemos dicho se localiza en el cerebro cerca de dónde se fusionan los dos nervios ópticos (que van de los ojos al cerebro). Este reloj puede ser influido por la luz ambiental.
El otro sistema de regulación está formado probablemente por alguna sustancia o proceso que influye sobre el sueño y que disminuye durante el día y se reconstruye mientras dormimos, a modo de “reloj de arena”. Mientras que nuestra temperatura corporal es regulada por el primero de los sistemas, el ritmo sueño-vigilia atiende al segundo.
Los desajustes surgen debido a que ambos sistemas no funcionan con la misma velocidad. En el adulto joven el reloj cerebral tiene un ciclo de 25 horas, mientras que el sistema de “reloj de arena” lo tiene de 28 horas. Esto obliga al organismo a poner ambos relojes a la misma hora. La sincronización es diaria porque todos los días se separan unas cuantas horas, por lo que es necesario volver a ponerlos en hora.
Esta es la única manera que el organismo tiene para saber qué hora es. Para mantener ambos relojes lo suficientemente coordinados de manera que el organismo pueda funcionar de manera unificada y poder vivir sincronizadamente con el resto del mundo, es preciso que pongamos en hora ambos relojes una vez cada 24 horas. En el joven, ambos relojes se sincronizan a la hora de levantarse. No importa a qué hora lo hagamos, con tal de que se haga con regularidad. Las personas jóvenes sincronizan sus relojes levantándose pronto. En cambio, en el anciano, la sincronización suele producirse a la hora de acostarse. Por ello, la manera que tienen los mayores de alargar el ciclo de su reloj es acostándose a una hora más tardía de aquella que a ellos les gustaría, de manera que no se despierten al día siguiente a las 3 de la madrugada. En ambos casos, la manera de sincronizar el reloj son la luz ambiental y la actividad.
En la adolescencia, el ciclo sueño-vigilia se hace más lento. Dura así más de 24 horas, de manera que el reloj cerebral va siempre algo más lento que nuestro reloj de pared. Por este motivo, los adolescentes se resisten a dormir cuando la hora del reloj marca las 11 de la noche. Su reloj interior les notifica que no son más que las 8 de la tarde. Por la mañana tiene además dificultades para ir al colegio, ya que a las 7 de la mañana su reloj biológico puede estar marcando las 4 de la madrugada.
Durante mayor parte de la adolescencia, quizá durante diez años o más, el ciclo sueño vigilia funciona con lentitud, y puede tener una duración de 26 o 30 horas. La única manera de adaptar este ritmo de 26-30 horas al mundo externo de 24 horas es levantarse por la mañana antes de que el cuerpo esté preparado para ello, lo cual ciertamente no resulta fácil. Por ello, cuando un adolescente no se levanta por la mañana, no debemos necesariamente pensar que sea un vago, o un perezoso (que, además, puede serlo). Lo que ocurre es que su reloj biológico funciona a una velocidad menor.
Por suerte, a partir de los 20 o los 30 años de edad y durante la mayor parte de nuestra vida adulta, el reloj biológico se acelera ligeramente, de manera que durante el resto de la vida vivimos más cómodamente en este planeta que, nos guste o no, es de 24 horas. Con el tiempo, según nos hacemos mayores, el reloj se acelera más, llegando a tener una duración inferior a las 24 horas. Así, con frecuencia las personas mayores se acuestan pronto, a las 8 o 9, ya que su reloj biológico les anuncia que es medianoche. También se despiertan a las 3 o 4 de la madrugada, ya que su reloj va tan rápido que adelanta a esa hora la hora de despertarse.
Otro aspecto del reloj biológico que varía a lo largo de los años es la amplitud de los ritmos circadianos. Así, mientras un adulto joven tiene una diferencia de temperatura corporal de 2ºC entre el día y la noche, a los 75 años puede ser de solo 0.5º. Esta es la causa que hace que cuando somos más jóvenes estamos o bien completamente despiertos o completamente dormidos. Conforme nos hacemos mayores nuestro ritmo se “aplana”, es decir, reduce las diferencias entre el día y la noche.
En el día estamos despiertos pero cercanos a dormirnos, mientras que durante la noche dormimos pero con poca profundidad. No es que necesitemos dormir más o menos que cuando somos jóvenes, sino que distribuimos nuestro sueño y nuestra vigilia de una manera más uniforme a lo largo las 24 horas.
Todo es todavía más complicado, ya que de hecho existen dos sistemas de regulación del sueño: Por un lado, disponemos de un reloj circadiano que como hemos dicho se localiza en el cerebro cerca de dónde se fusionan los dos nervios ópticos (que van de los ojos al cerebro). Este reloj puede ser influido por la luz ambiental.
El otro sistema de regulación está formado probablemente por alguna sustancia o proceso que influye sobre el sueño y que disminuye durante el día y se reconstruye mientras dormimos, a modo de “reloj de arena”. Mientras que nuestra temperatura corporal es regulada por el primero de los sistemas, el ritmo sueño-vigilia atiende al segundo.
Los desajustes surgen debido a que ambos sistemas no funcionan con la misma velocidad. En el adulto joven el reloj cerebral tiene un ciclo de 25 horas, mientras que el sistema de “reloj de arena” lo tiene de 28 horas. Esto obliga al organismo a poner ambos relojes a la misma hora. La sincronización es diaria porque todos los días se separan unas cuantas horas, por lo que es necesario volver a ponerlos en hora.
Esta es la única manera que el organismo tiene para saber qué hora es. Para mantener ambos relojes lo suficientemente coordinados de manera que el organismo pueda funcionar de manera unificada y poder vivir sincronizadamente con el resto del mundo, es preciso que pongamos en hora ambos relojes una vez cada 24 horas. En el joven, ambos relojes se sincronizan a la hora de levantarse. No importa a qué hora lo hagamos, con tal de que se haga con regularidad. Las personas jóvenes sincronizan sus relojes levantándose pronto. En cambio, en el anciano, la sincronización suele producirse a la hora de acostarse. Por ello, la manera que tienen los mayores de alargar el ciclo de su reloj es acostándose a una hora más tardía de aquella que a ellos les gustaría, de manera que no se despierten al día siguiente a las 3 de la madrugada. En ambos casos, la manera de sincronizar el reloj son la luz ambiental y la actividad.
Volvemos nuevamente a la higiene del sueño, pero tambien es muy triste levantarte los sabados y domingos a las seis, que es la hora habitual a la que me levanto. ¿Que pasa en vacaciones? ¿Que hacemos con la vida social? Cuando salgo a cenar cosa que evito, me duermo sobre el mantel antes de las 23 horas.
ResponderEliminarEs cierto que la vida aburrida, rutinaria y relajante es lo que mejor nos va a las personas con problemas de sueño, en especial a las que padecemos el SPI, es lo que hay... o no